Pilar Palomares y sus cosmogonías hilarantes
Diego Vadillo López
Es Pilar Palomares una proliferadora de sentidos desde el campamento base de la plástica y lúdica sugestión.
Pilar tiene habilitados innumerables “palomares” desde donde despegan las más variopintas aves, portadoras de un “chagalliano” componente antigravitatorio que hace levitar a sus criaturas por entre la convulsa contemporaneidad que, como bien plasma nuestra artista, es actualísima por enraizarse en una tradición secular a la que atrae hacia el más genial pastiche.
Las obras de Pilar Palomares inciden en el aupado de lo injusto con injertos de adecentamiento colorista, lo que añade ironía (y eufonía visual), atenuando así la execración de la cara más oscura del mundo.
Arropa nuestra creadora a la infancia molturada con su entrañable sentido de lo plástico, pues ella no es una mera denotadora; es una activista en el ámbito de lo civil y en el de la más desbocada fantasía. ¿Acaso no es hacer activismo extraer del mundo real lo trágico y hacerlo entrar en un reducto de maravillador trabajo de postproducción?
Posee Palomares una clara filiación ecologista. Tiene una serie que se llama “Naturalezas muertas” aunque lo que ella hace, en verdad, es ecologizar (revivificar) la inmundicia más artificial y artificiosa siendo, por tanto, artífice de la aparición de fondos paisajísticos de gran belleza compuestos por cadenas montañosas que son los gráficos que reflejan índices bursátiles y demás alfalfa economicista.
Compone Pilar Palomares greguerías visuales, y es que creo no equivocarme si la ubico entre Ramón y el Postismo.
Por entre el follaje de lo sensorial-vegetal emergen la crudeza y la sinrazón. Pero en el “Universo Palomares” queda todo trastocado, pues es Pilar un demiurgo travieso, y azaroso sólo en apariencia.
“Me gustan tus mandarinas, Pilar”, le podría decir a la señora Palomares sin el menor atisbo de doble sentido, y es que la raigambre levantina parece aflorar por entre muchas de las secuencias fruto de su creatividad. La recurrencia al delicioso cítrico pudiera ser símbolo de la esperanza de una realidad más respirable (no en vano le dedica una serie a la respiración), así las cosas, no podemos dejar de apuntar que nuestra artista no es una denunciadora cejijunta, muy al contrario, se implica con ameno e ingenioso proceder en esto y en aquello... Además hay algo en ella que me pone en la pista de una persona con fondo tierno: la manera en que trata a la infancia (ya lo hemos apuntado). Al igual que Francisco de Goya parece pensar que la esperanza para un futuro mejor reside en los reductos de la niñez. Sólo hay que ver como en “La familia de Carlos IV” los únicos que salen indemnes del genio indagador de caracteres son los pequeños. Pilar a su vez injerta retazos de infancia aquejados del mismo fondo de dulzura que quien los acogió en su habitáculo de genialidad creativa. Véanse los niños balseros sobre un mar acariciador que parece ensedarlos afectuosamente con sus filamentos textiles. Refleja Palomares, en definitiva, el estado de violencia legal a que todos estamos sometidos pero que atenta en muy mayor medida contra los pequeños y no sólo los que habitan países en conflicto bélico o acuciados por la lacería, sino también a los que pueblan el “primer mundo”, violentados a través de los “media” y desde determinadas pautas de socialización.
El mundo animal también tiene su lugar en la audacia compositiva de Pilar Palomares: vemos a las gacelas, signo arraigado de vulnerabilidad, en unos parajes, los antes mencionados, de montañosos perfiles especulativos. También algún perfil caprino, pura “carne de cañón”. Asimismo observamos a osos hormigueros decorando el panorama bajo el que transitarán las “hormiguitas” obreras (o paradas) que, a su merced, serán devoradas en uno u otro momento, cuando plazca a los decoradores de lo real.
Entroncando con el creacionismo, asiendo a lo social y añadiendo a su coctelera inaudita los más impensados retales de cotidianeidad, “la Palomares” procede a la sublimación de lo que quedará engarzado orgánicamente en un todo, a su vez inserto en el creciente “Cosmos-Palomares”, aquel extraño lugar donde lo desapacible se torna edificante.
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